Las Historias de Amor son diversas, pero ninguna como las relacionadas con el primer encuentro de amor. Espero disfruten este corto, pero lleno de amor, cuento sobre uno de esos primeros encuentros…
Un cuento inédito de mi compadre, Hugo Rafael Marichales Velázquez «El Cuentador»
Cuando la conocí, yo estaba en la casa de un amigo; él cumplía años y en su casa siempre se celebraban fiestas entretenidas y alegres.
Pero esa vez, cosa rara, estábamos todos tranquilos conversando sentados alrededor de una mesa, escuchando una melodía de jazz que sonaba de fondo.
Entonces llegó la hermana de mi amigo con unos compañeros de clase, y al entrar y vernos allí dijo en voz alta:
– Pero Dios mío, si esto parece un funeral. ¡Háganme el favor y me cambian esa música, que aquí va a mover el esqueleto todo el mundo! – Y nos hizo levantar y puso una canción de salsa que provocó cosquillas en los pies a todos, porque segundos después ya estábamos bailando.
Bueno, casi todos, porque yo estaba pendiente nada más que del concierto privado de pajaritos que me sonaba en el cerebro; uno que comenzó en el preciso instante en que una mujer de pelo castaño y andar celestial, que era parte del grupo que acompañaba a la hermana de mi amigo, entró en el salón.
En algún momento, aprovechando un alto en el bullicio, me acerqué y logré entablar conversación, aunque no sabía si poner más atención en sus palabras o en el tono suave y dulce de su voz.
Luego, al escuchar los primeros acordes de una pieza, ella dijo:
– ¡Ay, esa canción me encanta!
Entonces sin dudarlo ni un segundo, la invité a bailar.
Después seguimos conversando y supe que estudiaba música, que tocaba piano y violín y que aspiraba a ser directora de orquesta.
Cuando le comenté que esperaba tener la suerte de escucharla personalmente, ningún coro de ópera podría haberme sonado mejor que aquellas tres palabras de su repuesta:
– Será un placer.
Después alguien sacó una guitarra y cantamos todos la canción de cumpleaños; por cierto que cada vez que escucho un cumpleaños acompañado de guitarra, evoco una reunión que hicimos hace mucho ya en casa de mi abuelita, para celebrar sus 60 años.
Se hacía tarde para mí y decidí marcharme, aunque la fiesta seguía animadísima y todos bailaban formados imitando a un tren, al ritmo de una conga; reconozco que estuve tentado a devolverme, mas no me importó tanto pues sólo quería pensar en aquel número telefónico que tenía en mis manos, en la llamada que le haría mañana y en su voz respondiendo el teléfono.
Cuando la llamé, cada repicar parecía las notas de la música de suspenso de la escena de mayor tensión de una película de esas que cortan el aliento.
Acordamos vernos esa tarde. Fui a buscarla y la vi bajar las escaleras como si danzara un vals vienés.
Fuimos a un café donde acostumbraban a poner música de distintas épocas y entonces, con el pretexto de “qué hacías cuando esa canción estaba de moda”, nos paseamos un poco por la vida de cada uno.
Luego la invité a mi casa, lo que aceptó con gusto y allí seguimos conversando.
Le hablé entonces de mi padre y me miraba confusa; no parecía entenderme hasta que toqué con mis manos el redoble de una marcha militar sobre la mesa.
Le comenté de mi madre, y se sorprendió cuando le silbé una canción de cuna con la que también la arrullaron a ella.
Después conversamos sobre un viaje que hice, pero fue al tararearle una ranchera mexicana que sonrió y me preguntó más al respecto.
Le referí lo que me gustaba hacer en mi tiempo libre, y con la ayuda de una música de steel band de playa y de una rumba flamenca nos pusimos de acuerdo para compartir el siguiente sábado.
Le conté de mis sueños, de mis proyectos y mis planes a futuro, mas noté verdadero entusiasmo de su parte cuando se los expliqué con el tema musical de un programa de aventuras de la televisión.
Entonces le dije lo que pensaba de ella y lo que sentía a su lado, y su mirada se quedó en la mía sobre las notas de un bolero tropical que surgió en el equipo de sonido.
Pero la música de nuestro primer beso… esa prefiero que ustedes mismos se la imaginen.