Un cuento inédito de mi compadre, Hugo Rafael Marichales Velásquez «El Cuentador»
En el mundo hay un músico; uno que nos dice a todos: “No tiene sentido separar la música del mundo, de la vida, del aprender, del alma. Hay música hasta en el silencio.”
El músico tiene un sueño: componer una obra musical que reconozca la herencia musical de su América querida.
Una pieza que reúna la magia de una solitaria flauta de pan al viento en el altiplano y la cadencia de un son cubano, el desborde hipnótico de la batucada brasilera y el honesto despecho de una ranchera mexicana, el tambor cardíaco de los indígenas norteamericanos y la vibrante inquietud de un pajarillo venezolano, el andar pícaro de cueros y acordeones de las costas caribes y la tragedia de un desolado tango. Y el músico los incorpora a su obra.
Pero el músico se da cuenta de que es más ambiciosa su idea. Aspira, no a plasmar un continente musical, sino a hacer de cada nota musical, un homenaje al planeta.
Y dice: “No tiene sentido separar la música del mundo, de la vida, del aprender, del alma. Incluso quienes no pueden oír, sienten ritmos y tienen música en el ser”.
El músico entonces explora la melodía de los confines del globo. Allí están: el trance de mantras tibetanos para conectarse con la divinidad, la repetitiva alegría de una canción de celebración irlandesa, la profundidad de una misa cantada bajo la bóveda de una iglesia medieval, la simplicidad de una antigua canción japonesa para atraer al sol oculto detrás de un eclipse, el sonido misterioso de instrumentos rituales funerarios de Europa del Este, el poder de una marcha militar, el amor contenido en una canción de cuna zulú, la pasión de la música mediterránea. Y el músico los incorpora a su obra.
Y dice: “No tiene sentido separar la música del mundo, de la vida, del aprender, del alma. Porque cada civilización tiene música hasta en sus leyendas”.
Y allí están: la lira de Orfeo que calmaba a las fieras; la vina, el instrumento hindú creado por el mismísimo Brahma que bajó a la tierra para regalarlo a su pueblo; el canto de sirenas que Ulises escuchó atado al mástil de su barco; la música con que Ishtar provocó la tempestad marina de un cuento hitita; las trompetas bíblicas que derrumbaban muros; o el canto con que Feng Huan, especie de pájaro fénix de China, le dictó las notas musicales al hombre. Y el músico los incorpora a su obra.
Y dice: “No tiene sentido separar la música del mundo, de la vida, del aprender, del alma. Porque la música existe en la naturaleza y en cada cosa que se haga”.
Y allí están: el latido del corazón, el canto de los animales, el susurro de la brisa y el grito del huracán, la tonada del agua de ríos y mares, el ruido de las calle, el sonar de la fragua y el hierro, la estridencia de la fábrica, el impacto de miles entonando la misma melodía en una manifestación de protesta, los utensilios de una casa al chocar entre sí, los pasos sobre la acera, el rumor de una caracola puesta en el oído y el sonido de la respiración. Y el músico los incorpora a su obra.
Y con ella quiere hablarle a todos de la capacidad de la música para despertar las más diversas emociones; desde la congregación fraternal hasta la pasión bélica, desde la melancolía y la nostalgia, pasando por la serenidad y la reflexión, hasta la euforia y el frenesí. Decirles del poder terapéutico de la música y de la importancia de la música apropiada para aprender.
Una obra única. Una pieza musical unificadora.
Por supuesto, una obra que por infinita, ningún músico podrá completar,.
Pero posible de hacer cada día. Por cada uno de nosotros; por cada educador, cada padre y madre, cada amigo. Por el músico que vive en cada alma; en aquella, en ésta, en la tuya.
Porque como él mismo dice: “No tiene sentido separar la música del mundo, de la vida, del aprender, del alma”.
¡Comparte con nosotros tus opiniones!
Por favor, sigue mi cuenta en You Tube: https://www.youtube.com/AdrianCottin
#pcottin #AdrianCottin #coach #coaching
Twitter @pcottin Instagram @agcottin